En la punta de la lengua de Nebrija

Que no se confunda este título con la rigidez que identifica a Nebrija. Es que mientras este hombre afincaba su gramática, allá por un lejano 1492, entraba en la pubertad el continente al que pertenezco. Por eso he decidido titular este lugar con su nombre, por una cierta grata ingratitud. También he tomado conciencia de la arbitrariedad de este método, por lo cual deberíamos agradecer a unos cuantos lingüistas y filósofos alemanes, seguramente también a algún francés. En fin, siempre tendremos la libertad de ser absolutamente subjetivos y de infligir belleza en todo aquello que nos rodea.







Monday, May 3, 2010

La colmena (preludio)

Con cada golpe de astucia
vislumbré una cumbre,
con cada golpe de suerte
driblé la metódica muerte.

Por cada paso un error
(aunque siempre con razón).

Qué más da un par de obsesiones veniales:
canicas, abejas, panteras, linces,
enormes fábricas, columpios, alas,
noches, agua, precipicios, ventanas.

¿En qué quirófano arbitrario vivimos dormidos?
Sobre el lomo de un tigre,
Sobre un globo de agua,
sobre un diván de arena,
sobre una tela de araña…

Somos soñadores
viviendo en el olvido
de nuestra condición,
obsesionados con las fútiles diferencias
entre verdad y ficción.

soñamos
en ojos y sangre de zafiro,
en dientes de marfil pulido,
en cimientos de piedra,
en una falsa primavera…

soñamos
en sueños tristemente mortales,
en deidades, que nos aseguramos,
sean inalcanzables…

soñamos
en infinitas versiones
de nuestro semblante,
en ojos, labios, narices, tetas.

Espejizamos nuestra alma
Y avatarizamos nuestros espejos,
nos validamos en colmenas,
mas surge de nuestras venas
sangre, secretiva y roja sangre,
sólo sangre
y nada más que sangre.

Granada, primavera 2010

Wednesday, February 24, 2010

Veneno de gitano en norteamérica


Y yo que quería llegar con el peinado de García Lorca, el tan gitano… Ahora, sin embargo, intento permitirme un balbuceo de verdad antes que guardar secretos. Salgo a la calle con actitud de defensa, esgrimando entre enormes futbolistas con la cara colorada, gente empapada de sudor, y viejas que caminan en una sola pata. Mis ojos se fermentan de obsesión y entierro los miedos de mi piel en el fondo de mi alma, y los miedos de mi alma en una enorme montaña de papel. Vienen a mi puerta altivos profetas de la ley con un dedo como ametralladora. Yo entonces salgo con descaro y destinado a vergüenza, y me paro en la vía pública, me paro con un intento de semblante Dominguín, con un ademán de arte Morante, pero ojos de espanto de transeúntes salpican su juicio en mi capote y condenan a mi arte de barbaridad romana. Malentono entonces un flamenquillo o un pasillo, una bulería media milonguita, de esas que soñamos, entre fino y duende, en "la mesa más redonda del Café de Nicanor". Entonces la infamia transeunte me dice que no voy ni de tenor, ni de soprano ni de bailarina de fondo… Y grito que como va a entender un suspiro quien jamás ha probado la melancolía. Aunque iracundo, tengo muchas cosas. Tengo una mancha en la cara, una mancha que no se asemeja a banderas ni a patrias, y que no se quita ni con pomada. Tengo una eterna pereza de explicar mi historia de artificio. Tengo también un par de manos que se me suben a cuello intentando un asesinato reincidente de mi persona y mi cante no tan jondo. Tengo un folio de desesperanza que envuelve mi propósito en falsedades de sueños de grandeza y me deja sentado en una vereda de un moho afrodisíaco que no sabe besar. Y suena una voz que me dice: “hijo, disfruta la vida de cartón que te he regalado por basureros. Bebe del azahar olvidado, come de los melones despojados de sus carnes. ¡Besa! Que sabes besar sin desdén, que debes aprender a amar sin asco. Que tarde o temprano rogarás, huérfano, la caridad de mi gotero de veneno.”

Mis sentidos en tiempos de cielo fruncido

Duermo en un garaje. Mi cuarto es un inmenso cubículo negro con ademanes de hangar, ornamentado con velas y luces de ojos tenues. En lugar de ventanas tengo una inmensa puerta automática que abro en noches frugales como una gran bocanada de crepúsculo y grillos. Duermo. Dudo. Gano. Pierdo. Río. Camino: camino por las cuatro calles pavimentadas que rodean mi manzana. Pero no sólo camino, me deslizo. Floto en medio de una bruma cristalizada de humedad y siempre floto hacia adelante. El cielo es una manta con todas las tonalidades de gris y mis ojos paupérrimas esferas de vidrio atezado. Llevo mi brazo izquierdo roto y colgado en una pequeña hamaca de algodón y floto, así que no duele. Mi cuerpo sigue elevándose lentamente, despegándose del suelo como si mis órganos fueran de papel crepé y mi sangre de helio. Mis sentidos, sin embargo, se arrastran por el pasto, por el concreto, por las flores y por los charcos. Mi nariz huele el polen, y mi boca se come los deliciosos pétalos de las amapolas. Mis dedos frotan mi piel y la de las rosas como perversos tactómanos. Escucho incesantes a los pájaros y mis ojos se absorben en la más mínima iridiscencia. Mis sentidos se someten esclavos nulos a la concupiscencia más punzante. Yo floto por encima de una enfermiza ciudad de cartón y colores plásticos pasteles. El aire corre breve en mis alturas, y mis sentidos se siguen arrastrando como pérfidos obsesos de desobediencia bíblica. Entran rompiendo puertas de casas ajenas y trepan balcones: mi boca devora su comida a zarpazos y mi lengua se unge en condimentos, mi nariz se lleva consigo la esencia de todos sus perfumes y sudores, mis manos meten sus dedos entre alfombras y cortinas y luego en la piel de sus hijas; mis ojos archivan todas sus miradas y roban sus secretos a mano armada. Mis sentidos son como una pandilla, como una banda opresora y desmedida! Los empleados del correo huyen al verme para que no los despoje sus cartas y las lea con curiosidad epidémica. Los restaurantes cierran sus puertas con cadenas y las cocineras huyen despavoridas al ver mis fauces que se acercan a saquear sus cocinas y alacenas. Los vendedores de terciopelos, gamuzas, felpas y sedas levantan sus puestos de las veredas al ver mis voraces manos que se acercan para acariciar y engullir todo el placer de sus tersas telas. Las perfumerías llaman a la policía y las panaderías apagan sus hornos y tiran por el inodoro toda su bencina. Los ángeles de la iglesia se encierran en el campanario, mientras desde abajo a gritos mi voz amenaza de muerte a todo quien no me deleite con sus angelicales cantos. Miro todo este impúdico cataclismo desde el aire con un silencio quirúrgico en el que solo escucho voces y golpes muy a lo lejos, como en otro cuarto, o en otro edificio, más aún, como si el aire fuera tan espeso que el sonido en lugar de venir volando debe remar y nadar ofuscado como buceando por en un mar de arena movediza. El sonido viaja de adentro hacia adentro. El resto de mí, que no se que es pero es, flota como un muerto naciente. Y yo, les lloro a las viudas de mis pobres sentidos errantes y le rezo a la astucia que me trae como ave. El cielo entonces frunce mi gloria campante con un relámpago bofetón, y caigo con la pesadez de un yunque a la orgía de sentidos que tanto reproché. Y como un niño arrepentido empiezo a recoger mis sentidos desparramados como canicas por los escombros y las alcantarillas. Luego los llevo arrastrando de vuelta a mi cuartito oscuro, enciendo velas y los tiendo sobre una gran cobija de pluma de ganso. Ahí todos lastimados los miro, oxidados y rendidos, entonces con detalle restaurador radiante los limpio y afino, pulo sus tapas de cristal, los guardo en una caja de hierro con candado y se los encomiendo a Pandora; entonces me voy a dormir con el insípido vacío de haber volado muy poco.